Cuando comencé a trabajar con esmalte al fuego, me cautivó el proceso. Era como una forma de alquimia: el polvo de vidrio se transformaba en un material vivo bajo el efecto de altas temperaturas. Cada pieza, ya fuera un anillo, unos pendientes, una pulsera o un colgante, se volvía única, con un acabado que parecía cobrar vida. Aplicar el esmalte, mezclado cuidadosamente con agua, sobre la superficie de una joya requería precisión y paciencia, pues hasta el más mínimo error podía alterar el resultado. Cuando colocaba la joya en el horno, a casi 1000 °C, esperaba con emoción el momento de descubrir cómo los colores vibrantes y los matices profundos surgían, creando un diseño irrepetible.
En mis primeros años, experimenté con el esmalte frío, una técnica que me permitió explorar formas modernas y accesibles en joyería. Por ejemplo, creé un colgante geométrico que tuvo mucho éxito entre quienes buscaban un estilo contemporáneo. Sin embargo, pronto me di cuenta de que esta técnica no podía ofrecer la durabilidad y la profundidad del esmalte al fuego, cualidades esenciales en las joyas femeninas que creamos, como anillos, pendientes y pulseras.
Hoy en día, mi marca se dedica exclusivamente al esmalte al fuego. Considero que esta técnica es la única que refleja verdaderamente nuestro compromiso con la calidad y la belleza atemporal. Un anillo con esmalte al fuego no es solo un accesorio; es una pieza que cuenta una historia. Una pulsera esmaltada no es simplemente un detalle decorativo; es una joya diseñada para durar generaciones.
Para mí, trabajar con esmalte al fuego no es solo un oficio, sino un arte que exige dedicación, paciencia y amor por los detalles. Ya sea un par de pendientes, un colgante o un brazalete, cada creación lleva consigo la esencia de este diálogo con el fuego. El resultado siempre justifica el esfuerzo: joyas resistentes, brillantes y profundamente personales, pensadas para acompañar a quien las lleve en cada momento especial.
Cuando me preguntan por qué elegí centrarme únicamente en el esmalte al fuego, siempre respondo lo mismo: porque cada pieza, desde un sencillo anillo hasta un elaborado brazalete, es una obra de corazón. El esmalte frío formó parte de mi aprendizaje, pero el esmalte al fuego es, sin duda, el alma de mi marca.
En mis primeros años, experimenté con el esmalte frío, una técnica que me permitió explorar formas modernas y accesibles en joyería. Por ejemplo, creé un colgante geométrico que tuvo mucho éxito entre quienes buscaban un estilo contemporáneo. Sin embargo, pronto me di cuenta de que esta técnica no podía ofrecer la durabilidad y la profundidad del esmalte al fuego, cualidades esenciales en las joyas femeninas que creamos, como anillos, pendientes y pulseras.
Hoy en día, mi marca se dedica exclusivamente al esmalte al fuego. Considero que esta técnica es la única que refleja verdaderamente nuestro compromiso con la calidad y la belleza atemporal. Un anillo con esmalte al fuego no es solo un accesorio; es una pieza que cuenta una historia. Una pulsera esmaltada no es simplemente un detalle decorativo; es una joya diseñada para durar generaciones.
Para mí, trabajar con esmalte al fuego no es solo un oficio, sino un arte que exige dedicación, paciencia y amor por los detalles. Ya sea un par de pendientes, un colgante o un brazalete, cada creación lleva consigo la esencia de este diálogo con el fuego. El resultado siempre justifica el esfuerzo: joyas resistentes, brillantes y profundamente personales, pensadas para acompañar a quien las lleve en cada momento especial.
Cuando me preguntan por qué elegí centrarme únicamente en el esmalte al fuego, siempre respondo lo mismo: porque cada pieza, desde un sencillo anillo hasta un elaborado brazalete, es una obra de corazón. El esmalte frío formó parte de mi aprendizaje, pero el esmalte al fuego es, sin duda, el alma de mi marca.